Niño Jesús de Praga, Palabra del día

PAN DE LA PALABRA ABR 04 DE 2022

PAN DE PALABRA LUNES.

 

PRIMERA LECTURA. Del libro de Daniel 13, 1-9.15-17.19-30.33-62

En aquel tiempo vivía en Babilonia un hombre llamado Joaquín, casado con Susana, hija de Quelcías, mujer muy bella y temerosa de Dios. Sus padres eran virtuosos y habían educado a su hija según la ley de Moisés. Joaquín era muy rico y tenía una huerta contigua a su casa, donde solían reunirse los judíos, porque era estimado por todos. Aquel año habían sido designados jueces dos ancianos del pueblo; eran de aquellos de quienes había dicho el Señor: “En Babilonia, la iniquidad salió de ancianos elegidos como jueces, que pasaban por guías del pueblo”. Estos frecuentaban la casa de Joaquín y los que tenían litigios que resolver acudían ahí a ellos. Hacia el mediodía, cuando toda la gente se había retirado ya, Susana entraba a pasear en la huerta de su marido. Los dos viejos la veían entrar y pasearse diariamente, y se encendieron de pasión por ella, pervirtieron su corazón y cerraron sus ojos para no ver al cielo ni acordarse de lo que es justo.

Un día, mientras acechaban el momento oportuno, salió ella, como de ordinario, con dos muchachas de su servicio, y como hacía calor, quiso bañarse en la huerta. No había nadie allí, fuera de los viejos, que la espiaban escondidos. Susana dijo a las doncellas: “Tráiganme jabón y perfumes, y cierren las puertas de la huerta mientras me baño”. Apenas salieron las muchachas, se levantaron los dos viejos, corrieron hacia donde estaba Susana y le dijeron: “Mira: las puertas de la huerta están cerradas y nadie nos ve. Nosotros ardemos en deseos de ti. Consiente y entrégate a nosotros. Si no, te vamos a acusar de que un joven estaba contigo y que por eso despachaste a las doncellas”. Susana lanzó un gemido y dijo: “No tengo ninguna salida; si me entrego a ustedes, será la muerte para mí; si resisto, no escaparé de sus manos. Pero es mejor para mí ser víctima de sus calumnias, que pecar contra el Señor”. Y dicho esto, Susana comenzó a gritar. Los dos viejos se pusieron a gritar también y uno de ellos corrió a abrir la puerta del jardín. Al oír los gritos en el jardín, los criados se precipitaron por la puerta lateral para ver qué sucedía. Cuando oyeron el relato de los viejos, quedaron consternados, porque jamás se había dicho de Susana cosa semejante. Al día siguiente, todo el pueblo se reunió en la casa de Joaquín, esposo de Susana y también fueron los dos viejos, llenos de malvadas intenciones contra ella, para hacer que la condenaran a muerte. En presencia del pueblo dijeron: “Vayan a buscar a Susana, hija de Quelcías y mujer de Joaquín”. Fueron por Susana, quien acudió con sus padres, sus hijos y todos sus parientes. Todos los suyos y cuantos la conocían, estaban llorando. Se levantaron entonces los dos viejos en medio de la asamblea y pusieron sus manos sobre la cabeza de Susana. Ella, llorando, levantó los ojos al cielo, porque su corazón confiaba en el Señor. Los viejos dijeron: “Mientras nosotros nos paseábamos solos por la huerta, entró esta con dos criadas, luego les dijo que salieran y cerró la puerta. Entonces se acercó un joven que estaba escondido y se acostó con ella. Nosotros estábamos en un extremo de la huerta, y al ver aquella infamia, corrimos hacia ellos y los sorprendimos abrazados. Pero no pudimos sujetar al joven, porque era más fuerte que nosotros; abrió la puerta y se nos escapó. Entonces detuvimos a esta y le preguntamos quién era el joven, pero se negó a decirlo. Nosotros somos testigos de todo esto”. La asamblea creyó a los ancianos, que habían calumniado a Susana, y la condenaron a muerte.

 

Entonces Susana, dando fuertes voces, exclamó: “Dios eterno, que conoces los secretos y lo sabes todo antes de que suceda, tú sabes que estos me han levantado un falso testimonio. Y voy a morir sin haber hecho nada de lo que su maldad ha tramado contra mí”. El Señor escuchó su voz. Cuando llevaban a Susana al sitio de la ejecución, el Señor hizo sentir a un muchacho, llamado Daniel, un santo impulso de ponerse a gritar: “Yo no soy responsable de la sangre de esta mujer”.

Todo el pueblo se volvió a mirarlo y le preguntaron: “¿Qué es lo que estás diciendo?”. Entonces Daniel, de pie en medio de ellos, les respondió: “Israelitas, ¿cómo pueden ser tan ciegos? Han condenado a muerte a una hija de Israel, sin haber investigado y puesto en claro la verdad. Vuelvan al tribunal, porque esos le han levantado un falso testimonio”.

Todo el pueblo regresó de prisa y los ancianos dijeron a Daniel: “Ven a sentarte en medio de nosotros y dinos lo que piensas, puesto que Dios mismo te ha dado la madurez de un anciano”. Daniel les dijo entonces: “Separen a los acusadores, lejos el uno del otro, y yo los voy a interrogar”. Una vez separados, Daniel mandó llamar a uno de ellos y le dijo: “Viejo en años y en crímenes, ahora van a quedar al descubierto tus pecados anteriores, cuando injustamente condenabas a los inocentes y absolvías a los culpables, contra el mandamiento del Señor: No matarás al que es justo e inocente. Ahora bien, si es cierto que los viste, dime debajo de qué árbol estaban juntos”. Él respondió: “Debajo de una acacia”. Daniel le dijo: “Muy bien. Tu mentira te va a costar la vida, pues ya el ángel ha recibido de Dios tu sentencia y te va a partir por la mitad”. Daniel les dijo que se lo llevaran, mandó traer al otro y le dijo: “Raza de Canaán y no de Judá, la belleza te sedujo y la pasión te pervirtió el corazón. Lo mismo hacían ustedes con las mujeres de Israel, y ellas, por miedo, se entregaban a ustedes. Pero una mujer de Judá no ha podido soportar la maldad de ustedes. Ahora dime, ¿bajo qué árbol los sorprendiste abrazados?”. Él contestó: “Debajo de una encina”. Replicó Daniel: “También a ti tu mentira te costará la vida. El ángel del Señor aguarda ya con la espada en la mano, para partirte por la mitad. Así acabará con ustedes”.

Entonces toda la asamblea levantó la voz y bendijo a Dios, que salva a los que esperan en Él. Se alzaron contra los dos viejos, a quienes, con palabras de ellos mismos, Daniel había convencido de falso testimonio, y les aplicaron la pena que ellos mismos habían maquinado contra su prójimo. Para cumplir con la ley de Moisés, los mataron, y aquel día se salvó una vida inocente. Palabra de Dios.

 

SALMO RESPONSORIAL. Salmo 22  –  R/. Nada temo, Señor, porque tú estás conmigo.

  • El Señor es mi pastor, nada me falta; en verdes praderas me hace reposar y hacia fuentes tranquilas me conduce para reparar mis fuerzas. R/.
  • Por ser un Dios fiel a sus promesas, me guía por el sendero recto; así, aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú estás conmigo. Tu vara y tu cayado me dan seguridad. R/.
  • Tú mismo me preparas la mesa, a despecho de mis adversarios; me unges la cabeza con perfume y llenas mi copa hasta los bordes. R/.
  • Tu bondad y tu misericordia me acompañarán todos los días de mi vida; y viviré en la casa del Señor por años sin término. R/.

 

EVANGELIO. Del santo Evangelio según san Juan 8, 12-20

En aquel tiempo, Jesús volvió a hablar a los fariseos: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”. Le dijeron los fariseos: “Tú das testimonio de ti mismo, tu testimonio no es válido”. Jesús les contestó: “Aunque yo doy testimonio de mí mismo, mi testimonio es válido, porque sé de dónde he venido y adónde voy; en cambio, ustedes no saben de dónde vengo ni adónde voy. Ustedes juzgan según la carne; yo no juzgo a nadie; y, si juzgo yo, mi juicio es legítimo, porque no estoy yo solo, sino que estoy con el que me ha enviado, el Padre; y en su ley está escrito que el testimonio de dos es válido. Yo doy testimonio de mí mismo, y además da testimonio de mí el que me envió, el Padre”. Ellos le preguntaban: “¿Dónde está tu Padre?”. Jesús contestó: “Ni me conocen a mí ni a mi Padre; si me conocieran a mí, conocerían también a mi Padre”. Jesús tuvo esta conversación junto al arca de las ofrendas, cuando enseñaba en el Templo. Y nadie le echó mano, porque todavía no había llegado su hora.

Palabra del Señor.

 

PARA MEDITAR: Yo soy la luz del mundo. En el evangelio encontramos a Jesús que, tras salvar la vida de una mujer sorprendida en adulterio, se presenta como luz del mundo. Podemos ver en Él la misma figura de Daniel, que defiende y salva. Jesús muestra la verdadera imagen del juicio divino, no como se la imaginaban los fariseos que le piden testigos.

 

La metáfora de la luz se entiende fácilmente: es lo contrario de la oscuridad y de la ceguera, y en sentido simbólico, lo contrario del odio y de la mentira. En la serie de afirmaciones de Jesús (el repetido “Yo soy” del Evangelio de Juan) oímos el “Yo soy la luz del mundo: el que me sigue no camina en tinieblas”, que repetirá también después de la curación del ciego de nacimiento. Sus enemigos no le aceptan, con la excusa de que es Él quien da testimonio de sí mismo. Pero no pueden detenerlo: “Todavía no había llegado su hora”.

 

Nosotros tenemos una innata tendencia a juzgar a los demás. Echar la culpa a los otros nos parece lo más natural. Acusando a los demás como fiscales, incluso nos creemos mejores. Ilusión estúpida, miope torpeza. Todos somos pecadores e imperfectos ante Dios. Y, sin embargo, Él no nos rechaza si lo reconocemos e intentamos convertirnos, abandonando la mohosa levadura del pecado. Entonces Dios nos restaura a nuestra dignidad de personas e hijos suyos, sin interrogatorios y reproches, sino abriéndonos a la alegre confianza del que se siente querido e invitado a una vida propia de quien ha renacido por el perdón.

 

PARA REFLEXIONAR: ¿Jesús es para nosotros, luz del mundo, luz de mi vida? ¿Es Él quien ilumina el corazón, los proyectos, las actitudes, o me dejo deslumbrar por luces que me paralizan o encandilan?

ORACIÓN: Gracias, Señor, porque no defraudas a los que se abandonan en tus brazos y salvas a los que confían en ti. Amén

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